martes, 15 de noviembre de 2011

La mañana caía pálida sobre sus hombros mientras caminaba sin miedo bajo las nubes que vigilaban sus pasos; se deslizaba por las calles como una aparición sobre las hojas del otoño que yacían marchitas en las aceras. Desdibujadas sombras se perdían a lo lejos como muñecos de trapo ajenos a la melancolía que como una púa de oro punzaba sobre su espalda. Recordaba el esplendor exuberante del verano, cuando todo parecía luz y fuego y la temperatura superaba la incertidumbre del frío. Recordaba la energía del cielo que fluía con el canto del gallo, cuando la mañana se alzaba entre los arboles y los muros levantados desde aquella orilla y con aquella fuerza que asemejaba el poder de los Dioses. La vieja campana a lo lejos tañía la melancolía como un susurro apagado en su oído y estancado sobre la superficie del agua que apenas rizaba el viento de la recién estrenada tarde. Se acercaba cada vez más hacia esas casas a lo lejos cuyas paredes recubiertas de cal blanquecina y levantadas sobre la hierva asemejaban gigantes dormidos. Por el cielo se deslizaban nubes sedosas y blancas, con apariencias dudosas y reflejos imperceptibles. Nubes que eclipsaban al sol, obligando a que su luz se diluyera en la profundidad del ancho horizonte. El entorno natural que le rodeaba era de ensueño; no existen palabras para describirlo; la campana de la iglesia asomaba sobre muros, tejados y calles, los colores del otoño aún no tienen esa sobre carga de naranjas, amarillos, rojos o marrones. Aún se mantiene el verde en los robles, los abedules amarillean, los arces y los cerezos visten su mejor traje rojo y el tono oscuro de cipreses y olmos permanece inmutable en un mosaico de colores que transformaba el bosque en poesía virtual. El paisaje era de una belleza tan sublime que casi resultaba agotador; ya no sabia donde posar la vista, demasiada belleza alrededor, demasiadas ansias de absorber todas esas tonalidades que no se repetirán mas ante sus ojos hasta dentro de doce meses, cuando de nuevo muriera el verano dando paso al renacer de un nuevo otoño. En ese momento quiso parar el tiempo, para retener todo lo que tenía ante el para toda su vida. Un intento vano de retener lo imparable. Y mientras se ensimismaba en su mundo perdido en sus pensamientos, pensando en lo hermoso que seria el momento si estuviera con ella; apareció ante el ligera y liviana como la espuma, cabalgando entre la espesura del bosque en su corcel blanco, tan bella y segura como una princesa de la edad media. Sus miradas se quedaron clavadas, fijas, suspendida una en la otra.
Le miraba con los mismos ojos, de la misma manera que aquél día de Septiembre cuando se conocieron. Estaba allí frente a el, tan real como ideal. No podía apartar sus ojos de ella, de su melena rubia ondeando al viento y su sonrisa deslumbrante. Era perfecta, hermosa, como un punto de luz cegadora en su cielo nocturno y solitario. Su infinita y ondulada melena caía con gran ímpetu sobre los hombros y la espalda desnuda de salvaje y bellísima amazona. Quería emborracharse de su belleza hasta caer inconsciente, contemplarla todos los días de su vida. Era de noche, ya muy tarde y al oír su voz sintió una fuerte sensación, unas enormes ganas de abrazarla, de agarrar su mano y no soltarla jamás, de quedarse así para siempre y decir: hoy quiero que sepas vida mía... Que sin ti ya no puedo vivir..... Entre una sonrisa de nácar siente el largo y dulce beso de ella en la boca hasta quedarse sin aliento. Su aroma le llena de deseo, entregándole a la locura de imaginar sus danzas exóticas trenzadas entre sus brazos. La estrecha con fuerza contra su pecho y percibe la sensual tibieza de su cuerpo pegado al suyo. Fundidos en un largo abrazo se quedaron dormidos entre el aroma espeso del bosque que invadió el aire.

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